venerdì 25 agosto 2017



Miro cómo se apaña el vidrio de la ventana por el brusco cambio térmico. Afuera, una borrasca estremece la ciudad y la despoja de su urbanidad con zumbidos que estallan en lo alto del cielo. Aquí, adentro, no hay otra cosa más que la consonancia de mi soledad.

Escribo poesía sobre el silencio. El silencio que se derrama sobre nuestros cuerpos y nos vuelve extraños. Entono la melodía del silencio. Pronuncio el silencio en otros idiomas porque el español lo agoté en versos anteriores, en los de ahora, en los siguientes. Tengo la boca sellada por el silencio que ha ido erosionando mi lengua, si es que alguna vez la tuve.
El silencio atrapa un abanico de dedos sobre mis faldas. El silencio amordaza el centro de mi pecho (íntegramente suyo). Un gran silencio destapa el silencio pequeño escondido en el interior de mi boca (íntegramente suya) llevándose mi verdad, si es que alguna vez la hubo.

Los pies descalzos sienten el frío de la noche lluviosa. Miro, miro y escucho, y vuelvo a mirar al silencio descender como gotas de agua que se parecen tanto al silencio de su cuerpo.

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