Dejé el café sobre la mesa, me acerqué a la ventana
y vi tus huellas serpentear una partida.
Mi vientre engendró un tibio aire que ascendía por el cuerpo,
hasta llegar a los ojos, se detuvo, y salió tintineando un adiós.
Miré la ventana y las huellas, una mano sobre la otra:
siempre quise poseerte. Nunca por dosis, toda, toda mía,
sólo para mi. Poseer, sin ser poseída.
Ahora veo tus huellas alejarse
y me sofocan sensaciones abrumadoras.
El café sobre la mesa, una mano sobre la otra.
No tengo nada más que esto, te vas.
Miré la ventana, vi mi reflejo desafiar a este lado,
la cara derretida, los senos duros, una mano sostiene la otra,
y el café sobre la mesa.
Encender una fogata, dar fuego a todo.
No puedo poseerte sin ser poseída.
Miré la ventana, empezaba a llover,
deseé que las huellas desaparecieran pronto,
para no seguirte, no quiero ser poseída.
Quizá nos encontraríamos en el bar que nos gusta,
nos tomaríamos unas copas
y terminaríamos haciendo el amor.
Quizá nos encontraríamos en el mercado
y descubriríamos que seguimos comprando
las mismas cosas que comprábamos juntas.
Miré a la ventana y las huellas seguían allí,
el café aún sobre la mesa,
mi reflejo que trataba de hacerme enojar,
una mano sobre la otra,
y la soledad.
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