El pasatiempo favorito del hombre es un collar infinito
de culpas y perdones, de accidentes y azares
que retuercen su pensamiento, una vez genuino.
Sus propias limitaciones se presentan con constancia
y son tan perseverantes que debilitan su cuerpo,
lo convierten en una pantalla espacial,
donde no brillan astros.
Así, entra en depresiones inexplicables,
se hace experto en el arte de la manipulación.
Su andar y su verbo trascienden sobre su descendencia,
se autodenomina huérfano y solitario
porque sus ojos niegan la luz de lo bello.
(no entendimos a los helénicos)
No hay un final menos triste que el laberinto del azar.
Ahí nuestra memoria fue enjaulada
y, con ella, nuestra humanidad.
El hombre: un cuerpo desmemoriado lleno de excesos.
Su alma: una semilla incultivada en tierra fértil.