La necesidad de pensarte hizo que despertara de mi ensueño,
y cuando quise dibujarte, ya no te recordaba.
Traté, inútilmente, de hacer memoria, esculqué mi rostro frente al espejo,
fue entonces cuando advertí que había olvidado todo de ti.
Olvidé tu perfume, y las líneas de tu rostro que creía recordar.
Olvidé tu inhabitual sonrisa cuando reposas: magnífica y silenciosa.
Olvidé tus ruidosas mañanas de café caliente,
y tus noches de madres inconsolables
que lloran por un hijo arrancado.
Olvidé el conforto del abrazo materno, los ojos orgullosos de mi padre.
Olvidé, amargamente, ser hija, hermana, nieta, sobrina, prima, amiga,
y recordé que olvidé el miedo de estar sola.
Olvidé, también, la dieta de mi abuela
y, de pronto, adelgacé.
Olvidé que me hacías enfadar para luego seducirme con tus blandas manos;
olvidé el tibio placer de sentirte mía, sólo mía.
Y de ser sólo tuya.
Olvidé tus dimensiones, tu sabor, los lugares comunes, los viejos amigos;
a los que se fueron y que no pude llorar.
No hubo tiempo.
Olvidé que tratar de recordarte me llena de burbujas la garganta.
Entonces, recordé que una vez traté de olvidarte,
cuando me fui a perseguir el sueño de europa.
Recordé que estando allá no dormía,
olvidé que te extrañaba en exceso,
y, al recordarlo, tuve que estudiarte en un idioma otro
para comprender que nunca supe amarte.
Recordé también que nunca fui buena para dibujar,
y que tampoco tengo buena memoria.
Se me ocurre que lo que quiero recordar es un sueño mal recordado,
un espejismo indescifrable de un no lugar;
se me ocurre que lo que quiero recordar es un tiempo inexistente
que marca el andar de un olvido que insiste en ser recordado,
nunca sabré si de verdad existió.